La verdadera belleza

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Martes 16 de octubre de 2012

Gálatas 2:6 Pero de los que tenían reputación de ser algo (lo que hayan sido en otro tiempo nada me importa; Dios no hace acepción de personas , a mí, pues, los de reputación nada nuevo me comunicaron.

1 Pedro 3:3-4
3 Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos,
4 sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios.

La sociedad actual confiere una gran importancia a la belleza física, dejando suponer que ésta trae la felicidad o da más valor a un individuo. La Biblia nos enseña que “engañosa es la gracia, y vana la hermosura” (Proverbios 31:30). Para Dios, la verdadera belleza es la interior. Dios declaró al profeta Samuel, quien estaba impresionado por la estatura de Eliab, hermano mayor de David: “El Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón” (1 Samuel 16:7). ¡Cuán cierto es que “el corazón alegre hermosea el rostro” (Proverbios 15:13), y que la transformación del ser interior ilumina y embellece la persona!
Ése es el tipo de belleza que Dios estima, pero ¿qué es lo que ve? “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo, el Señor…” (Jeremías 17:9-10). La única verdadera belleza es la que vemos en Jesucristo: “Eres el más hermoso de los hijos de los hombres; la gracia se derramó en tus labios” (Salmo 45:2). Y él tiene el poder de transformar “de gloria en gloria en la misma imagen” (2 Corintios 3:18) a los que, habiendo creído, fijan su mirada en él.
Jóvenes o mayores, dirijamos nuestra mirada hacia “las cosas de arriba” (Colosenses 3:1), lo que ilumina el alma.

La Buena Semilla.