Romanos 8:31-32
31 ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?
32 El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
Dios… no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros.
Romanos 8:31-32
Cuando yo tenía alrededor de diez años, un creyente belga visitaba nuestra región. Mis padres lo invitaron a casa. Cuando finalizó la comida, él tomó su Biblia y nos leyó el capítulo 22 de Génesis. Describió el camino de Abraham cuando subía con su hijo las cuestas de Moriah. Ya iban a llegar cuando su hijo, Isaac, le preguntó: “Padre… he aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” (v. 7). ¿Qué le respondería el patriarca? ¿Acaso le diría: «Eres tú, hijo mío»? No, el padre respondió: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío” (v. 8). Había que proseguir el camino, ir hasta el final, hasta el altar, hasta el momento en que el padre levantaría el cuchillo contra su hijo.
Mi corazón de niño latía muy fuerte. No conocía esa historia bíblica; no sabía que Abraham iba a encontrar un carnero para ofrecerlo en lugar de su hijo. Nuestro amigo comprendió mi estupor y me dijo: «Quiero llevarte un poco más lejos. Dejemos el monte Moriah y vayamos al Calvario. No fue un patriarca, sino Dios mismo quien dio a su Hijo, y nadie lo detuvo. Castigó a su Hijo y no lo perdonó, ¿sabes por qué lo hizo? Jesús asumió la responsabilidad de los pecados de todos los que creen en él, para obtener su perdón. Éramos nosotros los que merecíamos ser castigados, y él lo fue en nuestro lugar».
En aquella época era un niño, ahora soy un anciano, pero el tiempo no borra el recuerdo, y a menudo vuelvo a pensar en «el monte» donde Dios dio a su Hijo.
La Buena Semilla.
La Buena Semilla.